Biographie de l'auteur :
Alphonse Daudet (Nimes, 13 de mayo de 1840 - París, 16 de diciembre de1897) fue un escritor francés. Nacido en Nimes el 13 de mayo de 1840. Cursó sus estudios secundarios en Lyon. Fue secretario del Duque de Morny, personaje influyente del segundo Imperio. La súbita muerte del Duque de Morny (1865), fue el detonante que influyó, de manera decisiva, en la vida de Alphonse. Desde ese momento Daudet se consagrará por entero a la escritura: no sólo ejercerá como cronista del periódico Le Figaro, sino que se dedicará también a la novela y la narración. Más tarde y tras un viaje a Provenza Alphonse empezará a escribir los primeros textos que formarán parte de los relatos: Cartas desde mi molino (Lettres de mon moulin, 1866), evocaciones de su Provenza natal. Obtuvo la autorización del director de L’Événement para publicar dichos relatos en forma de folletín durante el verano de 1866 con el título de Crónicas provinciales. Algunos de los relatos de esta colección forman parte de los cuentos más populares de la literatura francesa como:La cabra de M. Seguin (La chèvre de M. Seguin),Las tres misas menores (Les trois messes basses) o El elixir del reverendo padre Gaucher (L’élixir du révérend père Gaucher). La primera novela que como tal escribió Alphonse Daudet fue una semiautobriografía: Poquita cosa (Le petit chose, 1868), en ella evocaba su pasado como maestro de estudios en el colegio d’Alès. En 1874 Daudet se inclina por las novelas de costumbres contemporáneas y escribe Fromont hijo y Risler padre (Fromont jeune et Risler aîné, 1874), Mujeres de artistas (Les femmes d'artistes, 1874), Jack, (1876), El nabab (Le nabab, 1877), Los reyes en el exilio (Les rois en exil, 1879), Numa Roumestan (1881), El evangelista (L’Évangéliste, 1883), Sapho (1884), El inmortal (L’inmortel, 1883). Como dramaturgo escribió varias obras de teatro: El último ídolo (La dernière idole, 1862), Los ausentes (Les absents, 1863), etc. No olvida, sin embargo, su vocación de narrador y en 1872 escribe Tartarín de Tarascón, que fue su personaje mítico. Le siguieron Tartarín en los Alpes (Tartarin sur les Alpes, 1885) y Port-Tarascon, 1890. Cuentos del lunes (Les contes du lundi, 1873) una colección de relatos inspirados por la guerra franco-prusiana dan testimonio de su inclinación por este género literario y por los cuentos fantásticos. Asimismo escribió dos libros de memorias: Recuerdos de un hombre de letras (Souvenirs d’un homme de lettres) y Treinta años de París (Trente ans de Paris).
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Extracto: ... cabrilleos, con la blancura de copos caídos. Estando yo allí, una noche, por no sé qué fenómeno desconocido desde treinta años atrás, aquella zona de escarchas invernales agitose sobre la ciudad dormida, y Blidah se despertó transformada, empolvada de blanco. En aquel aire argelino, tan tenue y tan puro, semejaba la nieve polvo de nácar, con reflejos de plumas de pavo real. Lo más hermoso era el bosque de naranjos. Las verdes hojas conservaban la nieve intacta y enhiesta como sorbetes encima de platillos de laca, y todos los frutos espolvoreados de escarcha ofrecían una entonación suave y espléndida, una irradiación discreta, como el oro velado por transparentes telas blancas. Aquello producía la vaga impresión de una fiesta de iglesia, de sotanas rojas bajo albas de encajes, de dorados de altares rodeados de randas de hilo. Sin embargo, mis más gratos recuerdos en materia de naranjas proceden de Barbicaglia, un gran jardín junto a Ajaccio, donde pasaba yo la siesta durante las horas de calor. Los naranjos, más altos y espaciados allí que en Blidah, llegaban hasta el camino, solamente separado del huerto por un seto vivo y una zanja. El mar, el inmenso mar azul, extendía su vasta planicie inmediatamente después del huerto. ¡Qué buenas horas he pasado en ese jardín! Por cima de mi cabeza, los naranjos florecidos y con fruto quemaban los aromas de sus esencias. Una naranja madura desprendíase del árbol, de vez en cuando, cayendo junto a mí, como aletargada por el calor, con un ruido mate y sin eco en la tierra apelmazada. Para apoderarme de ella, me bastaba extender la mano. Eran soberbias frutas, de un rojo purpúreo en su interior. Parecíanme exquisitas, y después ¡era tan hermoso el horizonte! Por entre las hojas percibíase el mar, en espacios azules deslumbradores como trozos de vidrio roto que espejearan entre las brumas del aire. Al mismo tiempo que eso, el movimiento del oleaje conmoviendo la atmósfera a...
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